martes, 11 de abril de 2017

"A Virginia desnuda."

Hace unos años, cuando desarrollaba otro trabajo, en el cuál pasé unos de los mejores momentos de mi vida, entré en el despacho de una compañera y vi pegado en la pared un cartel que ponía “LAURA”, parecía la portada de un libro, impresa a color y a tamaño A3, quedé intrigada, dándole vueltas en la cabeza a lo que había visto, pero tras un tiempo la inquietud se disipó.

A los pocos días volví a ese despacho y le pregunte a mi compañera: “Virginia por qué tienes ese cartel colgado ahí, qué es exactamente”. Ella me respondió que era un libro que había escrito su marido, sin más explicaciones.

Pasaron semanas, entré en una librería y cual no fue mi sorpresa cuando en una estantería, rodeado de muchos más libros, vi la misma imagen que había visto en el cartel en la pared del despacho de mi compañera. La intriga se apoderó de mí nuevamente, cogí el libro entre mis manos y lo abrí.

Era una novela, efectivamente titulada “LAURA”, de un autor desconocido para mí, aun así compré el libro y me fui. Cuando llegue a casa empecé a ojearlo, me paré en la dedicatoria que decía: “A Virginia desnuda”.
De momento una serie de posibles situaciones se me agolparon en la mente, de las más variopintas, sobre mi compañera y su vida, sus emociones, sus relaciones. No tenía mucha unión con ella en el trabajo pero nuestra relación era cordial. Saqué mi conclusión sobre la dedicatoria y la vida sentimental de mi compañera y lo dejé pasar, tanto es así que olvidé aquella situación anecdótica.

Años después, haciendo un curso de formación, coincidí con ella. Fue un curso largo, de esos que se desarrollan durante meses, en los que te ves con el mismo grupo de personas todas las semanas y entablas una cierta relación de confianza. Lógicamente el asunto de la dedicatoria volvió a aparecer en mis pensamientos, diciéndome que así tendría más ocasiones de charla con ella y poder encontrar el momento de comentarle que había comprado el libro que su marido había escrito. La cuestión es que pasaban los días y el momento apropiado no aparecía.

El curso era de idiomas y era muy dado a trabajos en pareja, conversaciones sobre un tema concreto y realización de narraciones. Solíamos hacerlo sobre temas que dominábamos para que así fuera más fácil su elaboración y estuviéramos más relajados.

Un día le tocó el turno a mi compañera, había elaborado una narración corta pero expresada con gran claridad, lo que denotaba el gran conocimiento que tenía sobre el asunto; con fuerza pero sin histrionismo, lo que nos hacía ver que tenía una gran seguridad sobre ese tema; emocionada pero con una alegría en su mirada fuera de lo normal. Y nos habló del cáncer, del que ella había pasado y la había dejado sin los atributos femeninos más característicos, del tiempo que vivió ella y su pareja y como superaron juntos esa situación.

Fue muy emocionante, y sobre todo la dedicatoria que decía: “A Virginia desnuda” cobró forma y significado.

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