viernes, 12 de junio de 2020

“LOS IDUS DE MARZO”, George Clooney, 2011.


Una película pequeña por su presupuesto y grande por todo lo demás. George Clooney escribió, dirigió, produjo e interpretó esta película, basada en la obra de teatro "Farragut North" del dramaturgo Beau Willimon (2008), no te deja indiferente porque tiene una estructura perfecta, casi teatral y más capas de las que aparenta.

La música que le da inicio es el tema "The Champaign" (La Campaña) de Alexander Desplat, un ritmo de marcha militar que empieza a ponernos en situación. En los diez primeros minutos se hace un esquema de la película, se presentan los personajes, perfectamente delimitados, se comunica sus intenciones, el espectador puede conocer perfectamente la base en la que se va a asentar la película, todo está listo para empezar y no se ha explicado nada, solo se ha mostrado, característica que se verá durante toda la película y que le da un valor añadido.

Desde este preciso instante empieza la trama, se presentan los personajes que darán vida a esa trama (Thomson), así como se resalta lo necesario para llevarla a cabo (móviles). A partir de aquí el espectáculo está servido, se empieza a dar a conocer las estrategias políticas más sucias con la ética más “digna” posible, como hacer desaparecer lo que no beneficia aún siendo positivo o resaltar lo supuestamente cierto con el único objetivo de dañar, comprometer, enturbiar y acorralar. Bienvenidos al mundo de lo real en política.

Todo esto se compensa con las relaciones humanas, las que sirven de válvula de escape a tanto ego contenido ante un proceso que, aun siendo apasionante, no deja de ser un camino con un final incierto, en el que se desequilibre la balanza hacia el lado más “fuerte”.

Las estrategias políticas al más alto nivel están perfectamente mostrada, que no contadas, nuevamente, con gestos, silencios, movimientos de cámara y miradas, sencillo y difícil a la vez, pero lo consigue, Clooney sabe lo que hace y lo hace con maestría.

Antes de llegar al punto de inflexión de la película, el careno que le dará pie, entre los personajes y que nos augura lo que está por llegar en la escena final, porque no olvidemos que este drama político nos habla, entre otras cosas, de un juego de poder y de relaciones.

Y ahora el maravilloso punto de inflexión que sucede de forma totalmente inesperada, en un momento de debilidad, provocado por un egocentrismo bárbaro, que aparece cuando no podemos satisfacer nuestros instintos por nosotros mismos y hace que nos volvamos seres impacientes y pretendamos ser los poseedores de la verdad universal. El curso de la película cambia y nada volverá a ser como antes. Además está hecho de forma sutil, apelando a las cualidades personales más básicas, primarias y peligrosas, sobre todo si no son detectadas, comprendidas y salvadas: la vanidad y la ambición, de poder, claro. Porque esta película habla de lealtad y de traición, por si alguien no lo ha captado ya por el propio título.

Ahora en la película todo fluirá, con frases contundentes, insertadas en un guión maravilloso, como por ejemplo:
La capacidad de ganarse el respeto haciendo que confundan el miedo que sienten con amor.”
La venganza hace a la gente impredecible.”
La intimidad que se genera en algunas conversaciones es estremecedora, en el avión, tras la bandera, en el gimnasio, la conversación en el coche entre el candidato y su esposa, hipnótica.

No me importa repetirme porque Clooney aborda esta película, en todas sus facetas, con auténtica maestría. El que sea demócrata declarado y le apasione la política hace de su labor actoral un verdadero deleite. El resto del reparto, brillante, Philip Seymour Hoffman, Marisa Tomei o Ryan Gosling, chapó.

La película es visualmente bellísima, representando sentimientos o circunstancias de forma fotográfica, como por ejemplo la tristeza con lágrimas perdiéndose en la lluvia o la soledad con fotogramas similares a un cuadro de Edward Hopper.

El final de la película quiere recordar a Shakespeare, no se si sería la intención de Clooney, pero la escena final es la guinda del pastel, y que guinda, un duelo dialéctico que se desequilibra por una duda razonable en el que los dos “mueren” y los dos “ganan”.

Finalmente una reflexión:
Lealtad no tolera la traición, pero siempre será generosa con sus errores.”
Paulo Cohelo.
Aunque nadie es dueño de la lealtad, solo la aplicamos.

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