martes, 12 de diciembre de 2017

“Gente corriente” (“Ordinary People”, Robert Redford, 1980).

Robert Redford se estrenaba como Director con esta película sorprendiendo a propios y extraños. Aunque hubo público que se sintió indiferente ante la cinta, el enclave temporal en el que se hallaba es una característica determinante. El mundo, sobre todo por aquellos lares, empezaba a detenerse en lo personal, en lo cotidiano, se comenzaba a distinguir entre la apariencia y la realidad, el desarrollo personal y el bienestar emocional florecían lentamente pero sin pausa, y, como un arte más, el cine se hacía eco de ello: “Annie Hall”, Woody Allen, 1977; “Interiores”, Woody Allen, 1978 o “”Kramer contra Kramer”, Robert Benton, 1979.

Gente corriente” es un psicodrama con un ritmo marcado por la música que le acompaña durante toda la cinta. El Canon en re mayor de Pachelbel, que el alemán compusiera en 1680, envuelve cada fotograma, otorgando una emoción añadida desde su inicio, acompañado de imágenes que sugieren tranquilidad y calma de una apariencia que se irá desvelando poco a poco, hasta el final donde un casi primer plano va alejándose dando una visión de conjunto, global.

Conrad Jarred es un adolescente marcado por la culpabilidad tras la muerte de Buck, su hermano mayor. Inserto en una familia de clase media alta, formada por padre, madre e hijo, a las afueras de Chicago, la historia comienza cuando Conrad vuelve a su casa tras cuatro meses de ausencia por un acontecimiento que se irá desvelando gota a gota y un duelo que se vivirá de varias formas diferentes en función de cada miembro de la familia.

Las semejanzas y las diferencias de madre e hijo confrontan permanentemente, dando lugar a una lucha paralizante entre la apariencia y la realidad, entre el ejercicio físico y el crecimiento emocional, el rechazo y el acogimiento, la individualidad y el trabajo en equipo, la toma de conciencia con el compromiso y el ser aséptico, carente de emoción y sentimiento, Freud estaría encantado con esta película.

Al parecer la cinta tiene tintes autobiográficos, entre otras cosas un recurso muy utilizado por los Directores cinematográficos en sus operas primas. No dudo que Robert Redford podría haber abarcado más o puntualizar más o muchas cosas más, pero la película es así y así la quiso plasmar su Director, dejando una satisfacción final difícil de explicar. 

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